Jorge Velasco: la música, crónica de los movimientos sociales
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Entrevista a Jorge Velasco (1 de 2)
Ildefonso López / Subterráneos
“El canto de la tribu” es el libro con el que el músico e investigador Jorge Velasco se adentra a la música que acompañó al movimiento estudiantil del 68.
Puerto Escondido, Oaxaca a 19 de octubre de 2025. El Etnomusicólogo y académico Jorge Velasco comparte su visión sobre la música como una forma de resistencia, memoria e identidad. Desde sus inicios en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) de Naucalpan hasta su paso por la UNAM y su investigación sobre la canción política en México, Velasco ha tejido una vida entre el estudio, la docencia y la creación musical, comparte su mirada sobre la canción como una forma de resistencia, memoria e identidad.
Los orígenes: la herencia musical
“El amor por la música nació mucho antes de las aulas”, recuerda. “Mi padre cantaba La Llorona en zapoteco, aunque no hablaba la lengua, pero entendía el sentido de las letras. Cantaba boleros, rancheras…”. Esa raíz familiar marcó el rumbo.
Ha recorrido escenarios con Betsy Pecanins, Jaime López, Nina Galindo, Real de Catorce, Óscar Chávez, Gabino Palomares y Astrid Hadad, entre otros. Fue integrante de los grupos Música y Contracultura (MCC) y Zazhil, y ha dado clases en la UNAM y en la Universidad Autónoma de Chiapas.
Los CCH: semilleros de utopías
“Fui de la primera generación del CCH Naucalpan”, cuenta. “Ahí surgió el grupo Víctor Jara, vinculado al Partido Comunista. Estaban Eugenia León, su hermana Margarita, Mario Rivas —que luego formó parte de MCC— y Rafael Centeno. Todos convivíamos ahí, y fue cuando la música empezó a llamarme la atención”.
De Ciencias Políticas a las peñas
Más tarde ingresó a la UNAM para estudiar Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, donde fue compañero de Guadalupe Pineda. “Nos gustaba tocar y cantar, formamos un grupo y empezamos a presentarnos en las peñas”, recuerda.
Pasaron por El Sapo Cancionero, la Peña del Nahual, el Mesón de la Guitarra y foros como Tecuanini y El Mosco Pasa. “Mientras estudiaba Ciencias Sociales, comencé a tocar folclor latinoamericano y mexicano. Después derivé al rock y al blues”.
El canto de la tribu
Su formación académica y su experiencia musical confluyeron en un punto clave: “En 2002 salió la convocatoria del Premio Iberoamericano de Ensayo Lya Kostakowsky, cuyo tema era la música. Presenté un texto que analizaba mis vivencias desde las ciencias sociales. Así surgió El canto de la tribu.”

El libro fue prologado por Carlos Monsiváis y el premio fue entregado por Gabriel García Márquez. Se convirtió en referencia para el estudio de la canción política. “Fue el primer intento formal por dar una ubicación teórica a lo que estaba pasando con la canción de protesta”, afirma.
De la economía a la utopía
El premio le abrió nuevas puertas. “Gracias a eso ingresé a la maestría en la Facultad de Música. Aunque soy bajista, estudié clarinete porque quería tocar saxofón. Entré gracias a mi licenciatura en Economía… y al reconocimiento del libro.”
Durante la pandemia concluyó su tesis Música y utopía, centrada en las canciones del movimiento estudiantil del 68. Obtuvo Mención Honorífica y planea publicarla pronto.
La música del 68: resistencia y memoria
“No se había escrito nada sobre el 68 desde la música”, dice. “Ese trabajo se convirtió en mi obra teórica más acabada.”
Antes publicó El sonido de la resistencia, ensayo sobre las canciones de Ayotzinapa, el SME y la CNTE, gracias a una beca del FONCA.
“La canción política ha existido desde la Colonia. Se prohibían coplas como El Chuchumbé o El Jarabe Gatuno. Desde entonces la música ha acompañado la protesta, ha servido para crear conciencia, difundir demandas y mantener viva la memoria histórica.”
El 68 y la contracultura
“El 68 es un parteaguas. México vivía el llamado Milagro Mexicano, con un desarrollo económico que industrializó al país, pero hundió al campo. Antes del 68 ya había movimientos de campesinos, maestros y ferrocarrileros contra el régimen priista. Todo eso desembocó en una crisis general”, explica.
Mientras tanto, en el mundo resonaban la contracultura, los derechos civiles y la guerra de Vietnam. “La música toma un papel protagónico. Si pensamos en el corrido —dice Velasco citando al maestro Gilberto Giménez—, es el símbolo metonímico de la Revolución: escuchar uno es evocar la gesta, como un paliacate o un pasamontañas nos remiten al movimiento zapatista.”
“El 68 unió ideologías —maoístas, guevaristas, cristianos, hippies— y la música fue el hilo que las entrelazó. En ella se expresó la utopía: la posibilidad de un país más justo, libre y democrático.”
Recuerda a Mario Benedetti:
“La Revolución no se hace con canciones, pero se hace cantando.”
Del campo de algodón a las calles
“El canto tiene un carácter internacional”, apunta. “Bella Ciao" o "No nos moverán", lo muestran. Esta última nació en los campos de algodón, pasó a las ciudades como canción espiritual y se volvió himno del movimiento obrero del siglo XIX. Después migró a Europa y América Latina.”
Armas de cambio social
“A partir del 68, la música se volvió arma de cambio. Judith Reyes, José de Molina, Óscar Chávez y Enrique Ballesté asumieron la canción como una forma de resistencia y conciencia. También Los Folkloristas participaron activamente; el propio Óscar Chávez aparece cantando en Rectoría en la película El Grito. Y hubo compañeras como Margarita Bauche y América, parte de esa misma efervescencia, recuerda Mailo, de Los Nakos.”
La herencia y el legado
“Después del movimiento seguimos su huella. En los setenta, desde el CCH, continuamos con la llamada Nueva Canción. Nuestros maestros fueron Judith Reyes, José de Molina y León Chávez Texeiro, que sigue activo.”
Hoy, El canto de la tribu es un referente. “Ya hay líneas de investigación sobre música y movimientos sociales en el CIESAS, la UAM y muchas más. Hace 30 años nadie lo tomaba en serio; ahora es un tema de estudio”, celebra.
Con humor recuerda:
“Cuando me titulé en Economía, el director, Pablo Arroyo, dijo: ‘¿Una tesis sobre música? ¡Eso son mafufadas de marihuanos! Me encargaré de que nadie se titule con una tesis así’.”
Su tesis Industrialización y cultura: el caso de la música popular mexicana fue precursora de su obra posterior: “Analizo cómo la industrialización alcanzó todos los sectores, incluso la música. Esa tesis fue la base del primer capítulo de El canto de la tribu.”
La música como conocimiento
Velasco retoma el concepto del antropólogo Steven Feld, acustemología: conocer a partir de los sonidos.
“Se puede contar la historia de México a través de sus canciones.”
Y cita al sociólogo Gilberto Giménez:
“La música no solo comunica, metacomunica: entra por el cerebro, por el corazón, por las vísceras.”
“Por eso —concluye— la música y la canción son herramientas culturales fundamentales para entender la sociedad, sobre todo sus movimientos sociales.”
Primera parte de dos entregas (1 de 2)

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