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El Volador, el renacimiento de un ritual

José F. Corte / Subterráneos



Se funda un nuevo grupo de Voladores en esta comunidad Tutunakú

El domingo 4 de diciembre del 2022 en la comunidad indígena Totonaca de El Volador, en el Estado de Veracruz, se funda un nuevo grupo de danza de Los Voladores, quienes cortaron un árbol, lo trasladaron y lo sembraron para tener donde practicar y enseñar esta ceremonia ritual a otras generaciones.

La comunidad de El Volador perteneciente al municipio de Papantla, se encuentra entre el municipio de Cazones de Herrera y el mar del Golfo de México, a solo veinte minutos se puede ir a nadar y pescar a la Barra de Cazones. Lugar caluroso y húmedo, con platanales, cocoteras y ganado bovino, además de que cuenta con señal de telefonía celular, algo raro dentro de las comunidades indígenas del país.


Es aquí, donde un grupo de tres jóvenes: Alfredo Cortes, Camilo Méndez y Marcos Cruz Santiago, se unieron para instaurar un grupo de danza de Voladores dentro de la comunidad, ya que no existía uno específicamente de esta danza. Ellos ya practicaban algunas otras danzas desde pequeños, como los Huahuas y Negritos, pero ahora es desde su amor por la danza instaurar un grupo de Voladores locales. En el atrio de la Iglesia sí podemos observar un Palo Volador de metal, el cual está dañado y no se puede ocupar. Este fuste era prestado a otras organizaciones externas para volar en las fiestas patronales. Ahora, con la ayuda del Centro de las Artes Indígenas (CAI) del Tajín; la Escuela comunitaria de Voladores del Zapotal con el apoyo y gestión del maestro Jerónimo Santos García y el maestro Esteban González Juárez; y miembros de la misma comunidad; se pudo sembrar este árbol de pino de 14.2 metros de altura para poder practicar la danza y tener presentaciones propias desde la comunidad, además de enseñar a aquellos jóvenes e infantes que se quieran acercar a esta danza ancestral.




El corte del Palo, fue planeado desde hace meses, el árbol fue un regalo del ejido del señor Rómulo Cruz Martínez, el convite fue organizado por las mujeres de la comunidad; en total fueron un poco más de 120 personas, en su mayoría vestidas de blanco, quienes colaboraron de alguna forma en este esfuerzo de comunalidad para realizar al final, el acto de la danza, un esfuerzo por el arte.






El derribo del árbol se hace después de pedir permiso a Kiwíkgolo, el dueño del monte, para poder desprender de la tierra este árbol. Podemos observar muchas manos, de todas las edades, todos organizados para jalar el árbol hacia una caída sobre el camino, mientras la motosierra del señor Herón Cruz Pérez hace su corte en la base. Después, el arrastre lo facilita un tractor. Ya dentro de la población el acarreo y maniobra se hace a mano y jaleo con cuerdas. El levantamiento o siembra, lo preside un ritual alrededor del hoyo de 2 metros de profundidad, previamente excavado, para que la ceremonia de El Volador no cobre ninguna vida a cambio. Colocada la manzana en lo alto del tronco, que es el mecanismo para girar, se suben los primeros Voladores locales para calar el Sakatkiwi o Palo Volador. La danza, la música y la alegría colectiva se expresan en cada rostro presente, observando la caída de los cuatro muchachos.









“El arte es una oración para la madre tierra”, dice Alfredo después de toda la ceremonia, cuando ya solo queda el regocijo de tener su propio Palo Volador con el cual practicar y divertirse.


Estos jóvenes incansables de su arte y sus raíces están dispuestos a colaborar para llegar más lejos y aún más alto. Si es de su interés ayudar, se pueden comunicar a las páginas de Facebook @Volayork, o directamente con @MarcosCruzSantiago.




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