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El complicado liderazgo en la trayectoria de Pink Floyd

Rodrigo Farías Bárcenas/ Subterráneos colaborador

La competencia por el liderazgo es un motivo frecuente por el cual los grupos se desintegran sin cumplir sus metas

Ciudad de México a 11 de octubre de 2022. La psicología social plantea que la competencia por el liderazgo es un motivo frecuente por el cual los grupos se desintegran sin cumplir sus metas. Seguro has corroborado la validez de este principio en tus propios ambientes, si perteneces a una banda de rock, o eres manager, promotor, productor ejecutivo, o desempeñas cualesquier otra labor que implica coordinar el trabajo grupal. Entonces, si eres precavido, tomarás el liderazgo no como la acción de un líder, sino como una función grupal destinada a cumplir con lo que el grupo se propone, y procurarás armonizar las aspiraciones personales con las grupales mediante la disciplina y una organización efectiva.


Estoy consciente de que las acciones que suponen organización y disciplina pueden resultar aversivas para quienes acostumbran trabajar a la deriva, sobre todo en el así llamado underground, pero tómese en cuenta que no es un demagogo emprendedor ni alguien con mentalidad castrense quien recomienda trabajar de esa manera, sino uno de los mejores músicos que ha dado el rock, Nick Mason, a su vez baterista de una de las bandas más exitosas y modelo de profesionalismo: Pink Floyd. Se trata de alguien que sabe por experiencia propia acerca de rupturas propiciadas por diferencias en el liderazgo y sus consecuencias.


En la historia del rock abundan los ejemplos de bandas cuyos integrantes se separan justo cuando están en el más alto nivel de sus logros. Un caso paradigmático es el de la citada banda inglesa, que tuvo una primera escisión en 1968, cuando salió Syd Barret, líder en la primera etapa; y otra en 1985, cuando dejó de pertenecer al grupo Roger Waters, líder en la segunda. En ambos casos el cuarteto inglés experimento notables cambios en su estructura interna y, por lo tanto, en su sonido.


En una entrevista publicada en 1973, incluida por Jean-Marie Leduc en su libro Pink Floyd, Mason analiza cómo se modificó el grupo con la salida de Syd Barret. Reconoce que en esa época primero fue Roger Waters quien surgió como líder y que luego todos, dependiendo del momento, influyeron en una cierta dirección.


Comenta: “No puedo citar ejemplos determinados, pues hay muchas formas de incitar a los otros a hacer o a no hacer lo que quieres. Todo depende de lo que tú quieras y de lo que ellos quieran emprender. Es una alquimia muy complicada. No quiero caer en lugares comunes, pero mucha gente cree que, en un grupo, todo es simple y que los cuatro no piensan nada más que en el dinero, en el éxito y en las ventajas del ´pop star system´. No es así, es un trabajo de complicada política, que exige diplomacia”.


A juzgar por los resultados, mientras existió esa armonía durante una década, entre 1969 y 1979, Pink Floyd creó sus discos más consistentes, en especial The Dark Side of the Moon, en 1973, el cual refleja con elocuencia el alto grado de cohesión habida entre los integrantes y todo el equipo de trabajo, y su relación con los beneficios obtenidos.


Después de la publicación de The Wall, en 1979, creció la tensión existente entre Roger Waters y David Gilmour, guitarrista que había sustituido a Syd Barret, llegando a su punto culminante cuando Roger sale del grupo. Este dejó de ser líder de Pink Floyd, pero con el paso del tiempo se convirtió en un productor consumado, y respaldado por su congruente trayectoria como solista, se convirtió en un influyente líder de opinión a nivel mundial. Una prueba de ello es su pronunciamiento en memoria de los desaparecidos, demandando justicia, nada menos que en el Zócalo de la Ciudad de México, durante su concierto del 1 de octubre de 2016.


Es en este punto, el de la salida de Roger Waters, cuando uno se da cuenta de que las palabras de Mason se cumplieron como una involuntaria premonición, al sufrir el grupo una fractura que persiste hasta nuestros días. Leamos lo que expresa: “En casi todos los grupos, los miembros están muy cerca los unos de los otros. Pero es necesario organizarse y disciplinarse para que cada uno realice sus aspiraciones en armonía con las de los demás. Estas aspiraciones pueden ser el dinero, el éxito, la dirección del grupo, y cuando no hay compatibilidad, el grupo se ´rompe´. Y esto se debe a que cada uno lleva una dirección, la suya propia”.


Más allá de las fantasías promovidas por el mundo del espectáculo, en particular su rama periodística, alrededor del sistema de estrellas, la promoción de un éxito ilusorio, la promesa de un fácil acceso a la celebridad, y sus alocadas carreras por demostrar quién es más que otros en cuanto a méritos económicos, quién vende más, carreras supuestamente dignas de emulación, lo que resulta de real importancia para quienes aspiran a conformar una obra que valga la pena en el rock, es saber cómo trabajan en realidad los grupos —grandes o pequeños, famosos o no— que logran conformar una trayectoria sólida.


Es necesario que se conozcan más esos aspectos que Mason describe como aquel trabajo “de complicada política, que exige diplomacia”, como lo es el liderazgo. Una mayor investigación, por parte del periodismo o las ciencias sociales, acerca de cómo se han conformado las bandas no únicamente como entidades artísticas, sino también como entidades productivas, inmersas en procesos económicos y simbólicos, cualidades en las que el liderazgo ejerce su función, llevaría a tener un cúmulo de experiencias que una vez transmitidas contribuirían a que el desarrollo de los proyectos musicales fuera menos tortuoso.


A Nick Mason le asiste la razón: para evitar que los grupos se rompan y convivan en armonía es necesario organizarse y disciplinarse. El complicado liderazgo de Pink Floyd supone un valioso aprendizaje. Cuando se forma una banda de rock, no hay razón para que empiece de cero, o para que pase por lo que canta José Alfredo, nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores.



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