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Cuidado y amor, oficio de laudería

Flo, Cristóbal/Subterráneos


*Vidya González habita una fortaleza de belleza arquitectónica. Las plantas y las caídas de luz natural, producen en ese edificio un poco de paz


Puebla, Puebla; 22 de octubre 2020. El corazón de Puebla sigue siendo el centro de la ciudad. Esa zona con edificios que sobreviven a los años y a intereses egoístas, esas calles que silencian ríos subterráneos o túneles de huida, arterias que no varían su belleza persistente a pesar de la furia de tiempos cambiantes. En esta delimitación urbana, una parte grande e importante del sector cultural y social se resiste a ceder espacios a capitales que no incluyen a la mayoría de los que la han habitado y protegido, esa misma preservación hace no tan notorios tesoros y secretos de este sitio. Ese mismo camuflaje se vuelve en segunda piel y en asilo.


Vidya González habita una de esas fortalezas de belleza arquitectónica. Las plantas y las caídas de luz natural que se producen en ese edificio construyen paz que la 11 oriente-poniente y su imparable locomoción trata a toda costa de fracturar. Este fortín es también un taller de lauderia que capitanea Vidya. Ambas cosas: el jardín urbano y el taller, son espacios en los que se nota el cuidado, la entrega y el amor.


Durante años este taller se encarga de reparar, diseñar y dar mantenimiento a instrumentos de cuerda. Vidya con su infinita paciencia y conocimiento dispone de materiales y herramientas que logran evitar el desuso y muerte de estos bellos instrumentos. Alarga la vida del que está lastimado y mejora las capacidades sonoras y estéticas de los nuevos para que sus dueños los adopten como una extensión cómoda y creadora. Su conocimiento no es empírico ni inventado, no lo heredó de manera familiar o generacional y se lo ha forjado en academias y escuelas ubicadas en otro continente, lejos de su natal Yucatán. Esa es una diferencia importante, dura y culminante: El conocimiento y aprendizaje de una labor que lo requiere de manera imperativa para instrumentos que muchas veces son irrepetibles o inconseguibles como piezas únicas de hacer arte.


Las manos de esta laudera viajan de manera suave y confiada en cada espacio y lugar geográfico de sus pacientes de madera. Su voz es firme y el conocimiento impecable y vasto. Los datos, los hechos y las fechas mencionadas por Vidya, acerca de este oficio suenan a una vida entregada a esta forma de vivir escogida desde temprana edad y solo después de haber aprendido a tocar el violín.


La parada obligada en la charla es la parada brusca de nuestra vieja cotidianidad. Esa que nos hubiera permitido ver la sonrisa de Vidya y que ahora solo podemos imaginar detrás del cubre bocas oscuro y que más tarde para las fotos descubrimos. Ese tema de conversación obligado y que se mete sin esfuerzo para recordarnos que todos viajamos en el mismo barco. Pero que esta ocasión hace que sea menos desconsolante y más esperanzador. El número de gente comprando instrumentos de cuerda aumentó y el trabajo no disminuyó como se temía. Quizás este encierro nos acercó a nosotros mismos y esas ganas primitivas o genéticas de hacer música crecieron en el laberinto de emociones que esta pandemia trajo.







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